Ipsolium apagó con un ademán las lamparas de su pequeño estudio. Sumido en la penumbra se dejó llevar por sus pensamientos. Aún allí, malviviendo tullido en Segunda Oportunidad, a las órdenes del gremio local de ladrones y olvidado del mundo, su sentido de la responsabilidad seguía lacerándole. Demonistas.
Uno de los peores enemigos a los que se puede enfrentar la civilización. Los que hacen tratos con el infierno o buscan los secretos de la nigromacia sólo quieren poder, pero también aprecian, en cierta manera el orden. Y desde luego la vida, aunque sea para esclavizarla. Pero los invocadores de demonios sólo sirven al Abismo y el Abismo sólo quiere ver el mundo arder.
Las Tierras del Ocaso son un lugar duro e inhóspito pero no están preparada para un grupo organizado de invocadores de demonios y los datos que le habían traído aquel variopinto grupo de aventureros indicaban que se enfrentaban a ello. Todavía no sabían cuáles eran sus objetivos pero se habían inflitrado de manera sutil y parecían con ciertos contactos entre los piratas locales. No pintaba bien.
Pero lo que realmente preocupaba al mago era la falta de un poder que se enfrentase a ellos. Sus amos, los Straki, sólo se movían por el beneficio y mientras este grupo no les tocase el bolsillo, no harían nada. O peor, pactarían con ellos. Las autoridades locales vivían dentro de un barril de vino, tras años de lucha en la frontera y el Conde Olven estaba lejos y era inaccesible.
Sólo había una posibilidad, que alguien desenmascarse a ese peligro y obligase a actuar a los demás. Ipsolium sabía que un Inquisidor estaba por la zona. Si se interesase por ello...... ¿Serían esos aventureros las personas indicadas? No lo creía,, puesto que parecían moverse sólo por interés.
Una carcajada llenó el laboratorio. ¿Acaso no era él exactamente igual cuándo empezó a recorrer el mundo? Habían pasado décadas, mil vidas desde entonces.....
El mago quedó sumido en su melancolía y en la oscuridad.
***
Los perros terribles, grandes como caballos, ladraban furiosos al paso de Grisnakh. Pero el semiorco estaba más furioso aún. Apenas habían vuelto a la ciudad y se habían reído de él en la posada y un cazador de monstruos llamado Gidnor. Chusma le habían llamado. Notaba como la furia le llenaba cuando la mano de de Ashur se posó en su hombro y el loco sacerdote le susurró unas palabras en nombre de su extraño, y probablemente inexistente dios.
Todos los miembros del grupo menearon la cabeza cuando escucharon la oferta que el dueño de los perros les había hecho. Una mantícora parecía un rival formidable y no estaban seguros de que pudiesen cazarlo. Imradihl se puso en marcha con su caballo. "Vamos, tenemos un ogro que cazar"
Kender soltó una carcajada "¿Por qué nadie se acuerda de los goblins nunca?".
No hay comentarios:
Publicar un comentario